lunes, abril 08, 2013

DESDE EL FILO DEL CIELO



Fotografía: Fabricio Burbano

Era el dios más chiquito, por eso lo llamaban el dios pequeño. Distinto a todos los demás, al despertar nunca lloraba ni pedía comida. Su mamá, Zoa, a cargo de tantos dioses, tenía por costumbre dar el desayuno al más grande para comenzar y desde ahí iba en descenso. Para cuando llegaba al dios pequeño, él ya se había marchado. No era difícil suponer dónde se encontraba y Mamá Zoa, aprovechaba lo expuesto de sus grandes orejitas para jalarlas y de un tirón llevarlo a comer.

Dios pequeño refunfuñaba, y entonces sí, el crujir de las rocas se escuchaba venir desde debajo de la casa. Y es que su papá, el más grande de todos, se disgustaba mucho cuando incomodaban a su preferido: el dios pequeño. Cuando la casa temblaba, ya todos sabían qué hacer: nada. Dejar al dios más chiquito hablar, hacer y dejar de hacer todo lo que quisiera sin negárselo. Y así... este diosito era como era, mimado, travieso y bastante juguetón.

Como a cada dios, a este ser chiquito, le fue asignado un patio hace un poco más de cuatro mil años. El suyo es el patio de atrás, el de las hojas secas, de esas que vuelan, caen y nunca dejan de aparecer. Su tarea es columpiarse y nada más. Por eso hay otros dioses que le tienen envidia, porque su trabajo es tan divertido, que nada más implica columpiarse y columpiarse hasta que se forme un revuelo en el piso del patio, revuelo que se convierte en un remolino que levanta las hojas secas, haciéndolas girar hasta que todas se conviertan en polvo.

Lo único tedioso de su trabajo es transportar todo el cúmulo obtenido hasta el filo del cielo, desde donde debe hacerlo caer a la tierra. Sin embargo, la caída es otra parte que disfruta: soplar y soplar viendo cómo llegan hasta abajo estos trocitos que nosotros hemos llamado por años “basuritas”. Sí, son esas que inexplicablemente entran a nuestros ojos y nos hacen llorar. No es que la misión de este pequeño dios sea nuestro lamento en la tierra, sino que estas “basuritas” vienen cargadas de precisión para llegar a los ojos de quien hace tiempo no ha llorado, haciendo que algo del alma forzosamente se limpie con sus lágrimas. Por eso el más grande lo ama, porque su trabajo de limpieza de almas es muy
importante y está muy bien desempeñado. Por eso mismo suele hacerse de la vista gorda respecto a las travesuras del pequeñito, que han sido siempre inevitables.

Atractivas como suelen ser, el diosito, las prefiere de pepitas de semilla, sí, porque esas travesuras son de larga duración y tienen el mejor “primer llanto” sobre la tierra. Y aunque todos los dioses se culpan a sí mismos por su descuido cada vez que un nuevo producto de estas travesuras se escucha llorar, pocos saben que el causante de esto es, en realidad, este pequeño diosito.

Mama Zoa ya lo ha retado varias veces, pero el dios chiquito no hace caso, y con sus espaldas cubiertas por el cariño de su padre, sigue complementando sus labores diarias con unas sesenta a ochenta travesuras, cuyo llanto se escuchará unos meses más tarde hasta el centro del cielo, lugar donde se reúne el consejo de dioses, que se hace de oídos sordos, pues por milenios, nada ha podido hacer contra esto.

Las travesuras de pepitas, las preferidas del dios chiquito, no tienen horario fijo. Pueden saltar a las 5, a las 8, a veces salta una y a veces varias a la vez... nadie entiende la lógica. Sólo se sabe que ahí estaban y de pronto ya no están. El dios pequeño las recoge de su patio cuando accidentalmente han venido hasta este, envueltas en alguna hoja seca. ¡Le encantan! Las toma entre sus manos y se columpia con ellas, y cuando es hora de ir al filo del cielo, las coloca una a una bien centradas, retrocede unos quince pasos, mira que nadie le vea y con un vuelo increíble, corre hacia ellas y las patea como solo él sabe. Entonces, se apresura a buscar el mejor ángulo de visión y sentado las mira caer. Es la parte que más disfruta, pues dios como es él, no puede permitirse un error, así que cada pepita de semilla cae donde él ha querido que caiga. Una a una van depositándose en el sitio adecuado, pero nadie jamás las ha visto caer, solo él.

Casi siempre, su llegada a la tierra es una sorpresa. A veces, cae una en alguna joven inexperta, en estos casos, en especial, suele causar llanto desde su arribo. Otras veces cae no en una sino en dos, hombre y mujer, en estos casos, suele generar mucha alegría. Hay otro caso no muy común en que cae no “sobre” sino “junto” a una mujer o a una pareja, a estos casos en la tierra solemos llamarlos adopción. Finalmente hay indicios de que en la generación anterior, el dios chiquito, las hacía caer sobre muchas parejas en su precisa noche de bodas, pero ya luego se aburrió de hacerlo así, y con el tiempo ha ido buscando objetivos más aleatorios, esos son los que en realidad le divierten.

Existe un caso muy particular que este diosito goza de principio a fin. Es cuando encuentra una semilla doble, una semilla atada a otra de alguna manera, por una ramita, por una hojita, por lo que fuera, pero unida e inseparable. Cuando el cielo comienza a sentirse vibrar de arriba hacia abajo, es que el dios pequeñito ha encontrado una pepita doble y está saltando de tanta emoción. La guarda con cuidado hasta el final del día, y a la hora de ir al filo del cielo, la patea solita para no perder el más mínimo detalle de su caída, mientras tanto se sienta y se pone a cantar. Dicen que esta, es la travesura que pone más feliz al dios chiquito, y cae al igual que las otras en lugares que solo él decide. Una de ellas cayó en mí, no es que lo haya sentido, es que ahora lo sé. La otra noche creí ver al dios chiquito que venía a vigilar a sus pepitas, pues dicen que suele hacerlo de vez en cuando, pero no, debe haber sido mi imaginación, porque este ser chiquito no se deja ver, sino hasta que el llanto nuevemesino se hace escuchar, y entonces arranca las alitas de los que llamamos recién nacidos para entregárselas al final del viaje que acaban de empezar.

Cuento publicado en Minimal I. Talleres Literarios de la CCE
Editado por Efecto Alquimia - Quito 2011