miércoles, junio 24, 2009

En el jardín de las ideas

Largas cual eran, las comenzaban a extender con mucho cuidado para no dejar rastros doblados o atascados que produjeran esas ligeras confusiones a las que los humanos estamos bastante acostumbrados. Vaya, que les tomaba tiempo esta actividad, pero siendo una de las dos más importantes de su rutina, no había modo de rechazarla.

Era una tradición de familia, que, como en los tiempos de nuestros abuelos, nadie se atrevía jamás a cuestionar y que comenzaba diariamente por despertarse muy temprano, colocar su cuerpo en la posición más adecuada, respirar seis profundas veces y poner su mente a trabajar. Eso sí, con mucha precaución para no dejar escapar cualquier indicio de espontaneidad que pudiera escabullirse por el suelo. Esta, su primera actividad, consistía en fabricar las mejores ideas, pues genios como eran, sabían hacerlo con absoluta efectividad. La parte más dolorosa de esta rutina, era cuando estas ideas eran enviadas a la tierra de los humanos, y dejadas allí para flotar en el aire, entonces, algún ser “inteligente” la tomaba para sí y de alguna manera la exteriorizaba. En ese momento se producía ese inesperado cólico que era la señal de que su idea habia sido recibida y aprovechada.

La labor de secado era la más compleja, y claro, menos dolorosa, pero desde hace algún tiempo por el exceso de población en el Jardín de las Ideas, es necesario esperar su turno para proceder con esta labor. Turno que todos en el valle respetan, pues, como habíamos dicho antes, forma parte de esta tarea incuestionable. Desde siglos atrás, genios grandes y chicos saben que las ideas espontáneas se dejan secar al sol y en el olvido. Están absolutamente prohibidos de enviarlas a la tierra porque muchas veces antes han provocado desajustes en el comportamiento humano de los que solo ellos son responsables. Pocos humanos han atrapado estas ideas por algún descuido de uno que otro genio. Al menos, eso es lo que los ancianos genios piensan de su obediente descendencia. Sin embargo, lo inesperado estaba pasando, dos pequeños geniecillos, cometían una pequeña travesura cada noche, con el fin de no esperar su tedioso turno.

Roma y Oesed, cada noche se escapan a la colina más alta del valle donde la luna ilumina con mayor fuerza y allí entre los rosales ponen sus ideas a secar. Invadidos de ocurrencias como siempre están, todo el tiempo andan cargados de ideas de esas que se deben descargar a la luz del sol, pero ellos sin temor, las ponen a secar a la luz de la luna, es más, les encanta hacerlo a la luz de la luna llena y jugar mientras éstas se van deshaciendo durante la noche. Y aunque parecía no haber ningún problema, había una razón para que exista esta prohibición: los genios antiguos sabían que la luna era muy celosa y juguetona, y sus amigas nubes, durante las noches, solían jugar a la ronda con ella, el problema era cuando la luna tenía que ponerse en la mitad, pues las nubes dejaban a la colina en completa oscuridad y era entonces cuando esas ideas espontáneas se escurrían por el suelo llegando en poco tiempo a la tierra de los humanos, y aprovechando cualquier par de pies descalzos se metían escurridizas por los dedos dormidos y sin hacer ruido se apoderaban de los humanos desafortunados. Era entonces que Oesed y Roma sentían un ligero cosquillero en su pancita, sensación interminable que les encantaba, se lanzaban entonces al suelo de la colina y rodaban hacia abajo lanzando risas interminables al aire, que, como es lógico, les hacía sentir muy bien. Ningún genio mayor sabía de ésto, y claro, sus acciones no eran verificables, pues con eso del libre albedrío y la superpoblación terrenal, era difícil controlar, el destino final de cualquier buena o espontánea idea.

De vez en cuando Oesed y Roma, seguían el rastro de estas ideas que se escabullían y echaban un ojito a la tierra. El otro día, vieron que una de ellas provocó que Alejandrito Solines se levantara de su cama y caminando en puntillas entrara a la habitación de su hermanito menor, con dificultad se trepó a la cuna y besó su mejilla, susurrándole al oído que siempre lo iba a cuidar. Roma, sonreía mientras vio ésto, y supuso entonces, que dejar que una que otra de estas ideas se escabullera no era tan malo.

La noche siguiente, tuvieron oportunidad de seguir otro rastro de idea escapada, esta hizo que Carmen, agotada como estaba antes de acostarse junto a su esposo ya dormido, se detuviera al pie de la cama a darle un suave masaje en los pies que aparecían por entre las cobijas, y fue entonces que Rodrigo despertó con una sonrisa y se unió a su mujer en un eterno beso que duró toda la noche. Oesed sonreía. Como ésta, Roma y Oesed, saben que ha habido muchas ocasiones en que sus ideas se han escapado, pero les gusta. Aprendieron en esas noches a disfrutar no solo de su risa, sino a sonreír también con la risa ajena. Podían pasar hasta el amanecer mirando las reacciones de los humanos y estaban seguros de que con su “descuido” estaban cambiando el mundo, y sin que nadie lo sepa. Nadie.